En 1918, los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba iniciaron una protesta en busca de profundos cambios en la institución. Este movimiento se extendió por todo el país, convirtiéndose en un amplio movimiento que alcanzó a toda América Latina y más allá también.
Para dimensionar la situación de esos momentos, en Córdoba había 1.500 estudiantes universitarios, todos varones y ninguna mujer; docentes arraigados en sus asignaturas, muchas de las cuales habían sido heredadas; falta de representación docente en el gobierno universitario; requisito para los egresados de jurar sobre los Santos Evangelios; escasez o ausencia de material académico que cuestionara las bases religiosas.
Después de varias huelgas, el presidente Hipólito Yrigoyen decidió intervenir y convocó a la elección de un nuevo rector para el 15 de junio de 1915. Seis días después del inicio de la protesta, el 21 de junio, la Federación Universitaria de Córdoba, surgida del movimiento Pro Reforma, publicó el “Manifiesto Liminar”, un documento que establecía los principios y el horizonte que perseguía esa juventud soñadora bajo el título “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”. Este manifiesto también expresaba una crítica profunda a una universidad conservadora y a un régimen que, según sus palabras, había “mediocratizado la enseñanza” y reprimido el avance de la ciencia.
La libertad de cátedra, los concursos para profesores, el cogobierno entre docentes, graduados y estudiantes, y la gratuidad universitaria (que se logrará en 1949) fueron algunos de los principios y valores planteados por los jóvenes líderes de la Reforma.
Una parte esencial del Manifiesto Liminar que destacamos hoy es: “Desde hoy, el país cuenta con una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no estar equivocados, los latidos de nuestros corazones nos lo advierten: estamos inmersos en una revolución, estamos viviendo una hora americana“.